Desde la noche de los tiempos tanto el sabio como el ignorante han creído en monstruos. Para muchos los monstruos constituían una parte necesaria de la historia natural, ya fuese porque representaban el castigo por el pecado o la fecundidad y diversidad de la creación, y esta creencia se combinaba a la perfección con otras religiosas y mitológicas en demonios, espíritus, ancestros y bestias legendarias.
Los nacimientos monstruosos, de humanos o animales, provocaban pavor especialmente pero entraban en la misma categoría de lo extraordinario que los convertía en objeto de admiración, y colección. Esta categoría incluía objetos naturales curiosos como cuernos de formas inverosímiles, fósiles, pieles de animales extraños o cristales y minerales llamativos; obras humanas como los cálculos de vejiga también estaban incluidas. La contemplación de estas rarezas eran (son) dio (dan) lugar a toda clase de alegorías y comentarios. El folklore, la historia cultural, la medicina, las narraciones morales y la curiosidad científica se mezclan a la hora de interpretarlas, como se refleja, por ejemplo, en la obra de Alberto Magno.
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