Hay que secuestrar a Heisenberg

Por César Tomé López, el 21 diciembre, 2017. Categoría(s): Relato ✎ 2
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La carta

Robert miraba la carta con curiosidad. Weisskopf era una persona tranquila y razonable y algo importante tenía que suceder para que marcase aquella misiva como secreta. Había llegado a la universidad de Rochester en el 37, gracias a las influencias de Bohr y a su propia valía como físico. Sin embargo, en la profesión muchos eran de la opinión de que su carrera no era todo lo brillante que podría ser por sus inseguridades matemáticas.

Robert seguía mirando la carta, sumido en sus recuerdos, reflexionando antes de abrirla, intentando adivinar qué contenía. Weisskopf era vienés y se había doctorado en Gotinga con Born y Wigner en 1931, poco después de que lo hiciese el propio Robert. Después había estudiado con los grandes: Heisenberg, Schrödinger, Pauli y, sobre todo Bohr, que lo acogió y guió en Copenhague, consciente de su valía. Weisskopf mantenía contacto con todos los emigrados de Alemania y estaba al tanto de las últimas noticias de la comunidad de físicos alemanes. Tendría que ser algo de eso.

Nada podría haber preparado a Robert para el contenido de la carta. La releyó dos veces, incrédulo: Weisskopf se ofrecía para secuestrar a Heisenberg.

Diez años

Hacía solo diez años, que a Robert le parecían una eternidad, que Walton y Cockcroft habían bombardeado litio-7 con protones consiguiendo dos partículas alfa. ¡Cómo habían celebrado la noticia! ¡Se había partido un núcleo atómico por la mitad! La física era una fiesta entonces. El mismo año Chadwick descubría el neutrón y dos años después Fermi y los suyos bombardeaban uranio con él, pero no interpretaban bien los resultados. Ida Noddak se dio cuenta de que podía haber ocurrido que el núcleo se hubiese partido en trozos, pero nadie le hizo caso entonces, ¡qué sabría la química esa!

Para esa época Alemania ya sabía que vivía en una dictadura nazi. Hahn, Meitner y Strassmann comenzaron a sentir la presión en el Kaiser Wilhelm de Berlín, ya que Meitner era judía. Consiguieron seguir con sus experimentos reproduciendo el de Fermi hasta 1938, cuando Meitner tuvo que huir temiendo por su vida. Poco después recibió una carta de Hahn explicando que habían detectado bario en los residuos tras el bombardeo de uranio con neutrones. Meitner y su sobrino Frisch, ambos refugiados en Dinamarca, dieron una explicación sencilla: la fisión de núcleos pesados era posible.

La interpretación del resultado que dieron Meitner y Frisch cruzó el Atlántico con Bohr, extendiéndose rápidamente por los Estados Unidos. El 25 de abril del 39, Fermi y su equipo, en la Universidad de Columbia, consiguieron la primera fisión estadounidense, identificando el isótopo uranio-235 como el más probable núclido fisible.

Mientras tanto, los teóricos no estaban ociosos. Szilárd, también emigrado a los Estados Unidos, se dio cuenta de que el bombardeo de uranio con neutrones podía provocar una reacción en cadena. Rápidamente se puso en contacto con Fermi y con Joliot, que trabajaba en el mismo campo en Francia, para que no publicasen sus resultados, temeroso de que el militarismo alemán fuese consciente de las posibilidades del descubrimiento. Fermi no publicó, pero Joliot sí: el número promedio de neutrones emitidos en una fisión de uranio-235 era de 3,5. Los resultados se confirmaron rápidamente con la cifra corregida a 2,6. Los reactores nucleares pasaban a ser una posibilidad real. Las bombas atómicas también. El 1 de septiembre Alemania invadía Polonia.

El grupo de exiliados húngaros, el propio Szilárd, Teller, Wigner, estaban muy preocupados con la posibilidad de que Alemania construyese una bomba atómica. La única solución, según su punto de vista, era que los Estados Unidos se adelantasen. El 11 de octubre el presidente Roosevelt recibía una carta firmada por Einstein y redactada por Szilárd explicando la situación, y decidía formar un comité para supervisar los trabajos con el uranio. Los estadounidenses sabían de la existencia en Alemania de la Uranverein , el Club del Uranio, desde su creación ese mismo año y también conocían que Heisenberg formaba parte de ella.

Entre el 15 y el 22 de septiembre de 1941 Heisenberg acudió a la ocupada Dinamarca para una serie de conferencias y para discutir la fisión nuclear con Bohr. Éste huiría poco después a Inglaterra, donde contó a quien quisiera escucharle que los alemanes estaban trabajando seriamente en el desarrollo de armas nucleares.

La Uranverein había sido transferida al Consejo de Investigación del Reich en julio de 1942, pero las alarmas ya llevaban disparadas hacía tiempo: en junio se había constituido el Distrito de Ingeniería Manhattan, al que todo el mundo se refería como “el proyecto”. Los servicios de información afirmaban que el Consejo de Investigación del Reich había pasado a depender del Ministerio de Armamento y Municiones. Todo apuntaba a que Heisenberg dirigía el programa alemán para el desarrollo de una bomba atómica.

La propuesta

Robert, que desde septiembre era el director científico del proyecto, se encontraba sumido de lleno en la vorágine administrativa y de seguridad que lo rodeaba. Él, que no había sido ni siquiera director de su departamento de Berkeley, ahora tenía la responsabilidad de reclutar y coordinar a un equipo que el calculaba de cientos de científicos e ingenieros. Había sido un mes agotador. Y ahora la carta venía a mostrarle una nueva faceta desconocida para él de la condición humana.

Weisskopf informaba de noticias alarmantes que se contenían en otra carta que había recibido de Pauli, que desde 1940 trabajaba en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Pauli le informaba de que Heisenberg tenía programado dar una conferencia en Suiza, donde Pauli tenía toda una red de conocidos tras años de trabajar allí, como bien sabía Robert que hizo allí con él su postdoctorado. Weisskopf también decía que había discutido el asunto con Bethe, y los dos pensaban que debería hacerse algo al respecto inmediatamente.

Robert era hombre de acción y respondió inmediatamente. El asunto había que cortarlo de raíz. Agradeció a Weisskopf la “interesante” carta y le informó de que ya tenían esa información por otras vías; de que las autoridades de Washington estaban informadas y que, lo más probable, era que no se volviese a hablar del asunto entre ellos. Se tomó un tiempo para asegurarle que las autoridades tomarían las medidas necesarias.

Concluida la respuesta, Robert volvió a leer la frase que había llamado su atención y que revelaba hasta qué punto la guerra cambia a los hombres, académicos brillantes incluidos:

“Creo que lo mejor que se puede hacer en esta situación sería organizar el secuestro de Heisenberg en Suiza. Eso es lo que los alemanes harían si, por ejemplo, tú o Bethe aparecieseis por Suiza”.

Epílogo

En octubre de 1942, a consecuencia de la carta de Weisskopf, los servicios secretos consideraron todas las posibilidades. Finalmente se decidieron por no hacer nada, ya que el secuestro de Heisenberg alertaría a los nazis sobre la importancia que se le daba por parte de los aliados a la investigación nuclear.

Mucho después se volvió a valorar la posibilidad de secuestrar o asesinar a Heisenberg. En 1944 el agente Morris “Moe” Berg, nombre en código “Remus”, de la OSS (predecesora de la CIA) recibió como misión seguir a Heisenberg, de nuevo en Suiza, dejando a su discreción asesinarlo o no. Para ello el antiguo jugador de baseball y graduado por Princeton y Columbia, recibió formación en física nuclear con objeto de asistir como estudiante a la conferencia que Heisenberg iba a impartir en la Technische Hochschule de Zúrich. En un auditorio repleto de agentes nazis debía evaluar hasta qué punto Heisenberg era una amenaza habida cuenta del avance aparente en el desarrollo de armas nucleares y obrar en consecuencia. Berg decidió que Heisenberg no era una amenaza.

Este texto se publicó originalmente con el el título «Eso es lo que ellos harían» el 6 de octubre de 2012



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Por César Tomé López, publicado el 21 diciembre, 2017
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